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El apagón despierta la creencia de que la ausencia de la electricidad es capaz de alterar nuestra vida. Ayer se vivió una situación anormal que provocó el cierre de los negocios, el colapso en las carreteras y el riesgo para aquellas personas que requieren el uso de la energía para seguir con vida. Manuel de Burgos, estuviste en la calle minutos después del incidente.

Parecía un día normal, hasta que el apagón masivo llegó.

Las sirenas apoderaron la calle; los semáforos dejaron de funcionar y los vecinos empezaron a notar el colapso de las líneas.

A algunos ciudadanos, el apagón les coincidió en el ascensor; a otros, en pleno viaje. Los negocios de la capital adaptaron su trabajo.

Aunque, sin energía…

Las pérdidas ya eran previsibles.

En esta farmacia de la capital, tuvieron que tirar algunas vacunas y medicamentos que se conservaban en frío.

Los repostajes de combustible se quedaron a medias.

La preocupación fue general.

Sin luz, los supermercados acumulaban largas colas.

Las tarjetas no funcionaban, por lo que el dinero físico era el único medio de pago. En los bazares, la comida no perecedera era la más demandada.

No era el único interés.

Fue la reacción de una provincia a un apagón que surgió a plena luz del día.

La FOE presenta su legado en un libro «único y especial»

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