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El tratamiento que se da al lenguaje escrito en la educación infantil influye de manera determinante en los aprendizajes futuros del alumnado, por lo que contribuye al éxito del mismo en todas las dimensiones de su desarrollo, particularmente el educativo, siendo también considerado como un componente del proceso de aprendizaje a lo largo de la vida. Ésta es una de las principales conclusiones que se extrae de la investigación llevada a cabo por Maria Helena Martins da Cruz Horta para la Universidad de Huelva en su tesis ‘El enfoque de la lengua escrita en la etapa final de la educación infantil: estudio de casos múltiples en la región del Algarve oriental’.

La investigadora, que ha basado su estudio en la realización de una serie de entrevistas a docentes de educación infantil, observando sus prácticas y documentando hasta un total de 60 Proyectos Curriculares de Grupo, afirma que el lenguaje escrito es considerado por estos educadores “no sólo como un acto mecánico de producción caligráfica y entrenamiento del trazo, sino esencialmente como lenguaje”. Por ello, considera clave la proporción de un “espacio apropiado para la exploración del lenguaje escrito con materiales diversificados y con propuestas desafiantes y motivadoras para el alumnado, así como un ambiente comunicativamente estimulante”. En este sentido, insiste en la idea de que “con independencia de las prácticas adoptadas en el desarrollo del enfoque de la lengua escrita, se debe transmitir y mejorar la seguridad y la confianza necesaria al niño para que pueda, en los siguientes niveles educativos, tener confianza en sus aprendizajes”.

Maria Helena Martins da Cruz Horta advierte de que muchas reformas educativas y teorías del cambio actuales se asientan en el supuesto de que, una vez que no todo está bien en las escuelas, la reforma y el cambio sólo pueden ayudar a resolver la situación. Sin embargo, “no son precisamente las reformas, a través de la publicación de la legislación y de documentos normativos las que ayudan a cambiar las prácticas inadecuadas ni a mejorar las que ya eran adecuadas en el tratamiento de la escritura en Educación Infantil, sino que es la persona que subyace al docente la que realmente podrá determinar los cambios necesarios para el desarrollo de su acción educativa”, señala en su estudio, dejando clara la importancia de la figura del educador en esta etapa.

La investigadora analiza en su tesis también el papel de la lengua escrita en la transición entre la enseñanza preescolar y el primer ciclo de la Educación Básica y señala que es necesario un entendimiento entre ambos niveles. “La comunidad educativa debe considerar el currículum de estos dos niveles educativos como un texto abierto con vistas a una articulación curricular activa, en la que los docentes asumen las diferencias y similitudes entre estos dos niveles educativos como una plusvalía por la posibilidad de trabajar juntos, siendo obligados a tomar decisiones y a participar activamente en su ejecución”, considera. En este sentido, Maria Helena Martins da Cruz Horta aboga por la necesidad de “establecer un paradigma de cooperación entre profesores, similar al que existe entre los educadores y técnicos de diferentes áreas para responder mejor a las necesidades educativas de las niñas y los niños”. “No se pretende que la enseñanza preescolar esté organizada en función de una preparación para la educación obligatoria, sino que se contemple en relación con la educación durante toda la vida. Nos preocupa la devaluación del juego en la pedagogía infantil. El juego es la forma espontánea y natural del niño de construirse a sí mismo y de comunicarse con el mundo. Este hecho no puede ser olvidado», insiste.

Ante estos planteamientos, la tesis defiende que “a la educación infantil son inherentes metodologías y prácticas docentes propias de este nivel educativo que le confieren un carácter único”, por lo que no se puede desvirtuar este nivel educativo copiando procedimientos del nivel educativo siguiente “con la excusa falaz de que estamos preparando a los niños y niñas para la educación obligatoria, sino que debe el educador fomentar una sensación de seguridad, lo que contribuye al desarrollo de la autoestima de los niños y niñas, para que ellos se sienten seguros de sus conocimientos y aprendizajes en la transición al siguiente nivel de la educación, haciéndoles creer en lo que son capaces de hacer”.

Por último, la investigación subrayó la necesidad de que los educadores lleven a cabo procesos de reflexión sobre su actividad pedagógica “con el fin de que sean capaces de asumir el desafío de los nuevos roles docentes, a los que constantemente tienen que responder como actores sociales y generadores de conocimiento, viéndolos como retos y metas de aprendizaje a alcanzar”.

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