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Huelva pudo abrazar por fin a su Virgen de la Cinta. Y lo hizo con tanto cariño, que su presencia en el entorno del Santuario fue como el más dulce despertar de estos dos años de letargo. Había ganas, muchas, de sentir a nuestra patrona cerca nuestra, entre sus hijos y con el cariño desmedido de su ciudad. La Virgen Chiquita, traspasó los muros del Santuario por primera vez en esta pandemia, y lo hizo entronizada en su templete de plata, en unas parihuelas que se asemejaban mucho a su paso procesional, portada a hombros por sus costaleros. Pasadas las ocho de la tarde, la imagen atraviesa el arco central del patio y se produce el esperado encuentro.

La renovada plaza de los capellanes fue el lugar que albergó la solemne función del día de la Virgen, que acogió en su interior a 400 feligreses y devotos, además de autoridades civiles y militares de la Ciudad. Fue oficiada por el obispo de la Diócesis de la Ciudad, Santiago Gómez Sierra, quien exhortó en su homilía cultivar la devoción popular a la Cinta. La coral de la Merced puso sus sones a la eucaristía.

Una vez concluida, sobre las 9 y media de la noche, los costaleros volvieron a portar sobre sus hombros a la Virgen Chiquita para comenzar la procesión por el entorno del Santuario. La primera en la ciudad desde el inicio de la pandemia. La banda sinfónica municipal hacía sonar la primera de sus marchas, corazones cinteros, para desbordar de emoción a todos los onubenses que vislumbraron su estampa. Así se asomó al mirador de la plaza para bendecir a toda la Ciudad de Huelva.

Después, la Virgen continuó su transitar para acercarse al pueblo de Huelva que esperaba impaciente en el perímetro instalado en las afueras del Santuario. Allí, el fervor popular abrazó definitivamente a la patrona para demostrarle cuánto la quieren y cuánto la necesitan. El paso se arrió en este lugar hasta en dos ocasiones para que todos disfrutaran de su presencia. Después, tomó rumbo a los jardines por el paseo de la procesión de los marineros, para tomar después la senda de cinerario y homenajear a aquellas almas cinteras que ya no están junto a nosotros. Enmarcada en la fachada de sus jardines, se puso el punto y final a una procesión que ha puesto la primera piedra en la ciudad para la recuperación del culto público y que ha vuelto a devolver la ilusión a todos los fieles de la ciudad.

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