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Hoy se ha renovado la tradición. Un simple gesto que recuerda a un hombre que, sin saberlo jamás, cambió el curso de la historia. Gladys Méndez ha cumplido hoy con la herencia legada por su abuelo y por su madre. A su muerte, su madre se juró a sí misma cumplir aquella promesa que su padre le había hecho hacer.

A ella no hizo falta que su madre le hiciera prometer nada, pues todo estaba escrito en su corazón para continuar el rito. Hoy era la primera vez que acudía a la tumba de William Martin sin su madre, que seguro estaría a su lado, como su abuelo, sosteniendo las flores que testimonian la admiración a aquel hombre que dicen nunca existió. Una dinastía de gestos cuya continuidad ya está asegurada.

Una historia única que cobija en esta tumba uno de sus grandes enigmas. Secretos que posiblemente jamás se conozcan, pero cuyo recuerdo quedará para siempre vivo a través del color de las flores.

El Recreativo Granada, un filial con urgencias, peligroso y bisoño

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